lunes, 27 de agosto de 2012

Cuando el arte se transforma en ayuda a los necesitados


El Papa al final del concierto ofrecido en su honor por la Cáritas de Ratisbona


La música es expresión del espíritu, de un lugar interior de la persona, creado para todo lo que es verdadero, bueno y bello. No es casualidad que a menudo la música acompañe nuestra oración. La música hace resonar nuestros sentidos y nuestro espíritu cuando, en la oración, nos encontramos con Dios.

Hoy, en la liturgia, hacemos memoria de santa Clara. En un himno a la Santa se lee: «De la claridad de Dios has recibido la luz. Tú le has dado espacio, ella ha crecido en ti, y se ha difundido en el mundo; ilumina nuestros corazones».Esta es la actitud de fondo que colma al hombre y le da la paz: la apertura a la claritas divina, la esplendorosa belleza y fuerza vital del Creador, que nos anima y nos hace superarnos a nosotros mismos. Hoy hemos encontrado esta claritas de modo maravilloso, y ella nos ha iluminado.

Así, sólo es una consecuencia que los artistas, partiendo de su profunda experiencia de la belleza, se comprometan por el bien y ofrezcan a su vez ayuda y apoyo a los necesitados. Los artistas transmiten el bien que han recibido como un don, y este se difunde en el mundo.
Así el ser humano crece, se hace transparente y consciente de la presencia y de la acción de su Creador


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jueves, 23 de agosto de 2012

'La realeza de María es servicio a Dios y a la humanidad'


Palabras de Benedicto XVI en la Audiencia General


CASTEL GANDOLFO, jueves 23 agosto 2012 (ZENIT.org).- A las 10,30 de este miércoles, en el patio interior del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, el santo padre Benedicto XVI se encontró con los fieles y peregrinos llegados para la Audiencia General del miércoles. En el discurso en lengua italiana, el papa centró su meditación en la memoria litúrgica del día, dedicada a Santa María “Reina”. Ofrecemos el texto íntegro de las palabras del papa.



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lunes, 13 de agosto de 2012

Pedro To Rot mártir por la familia


Homilía del cardenal Zen Ze-kiun

Pedro To Rot (1912-1945) defendió el valor de la familia y del matrimonio cristiano hasta el martirio.

Ejemplaridad que volvió a proponer el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, obispo emérito de Hong Kong, durante la misa celebrada, en calidad de enviado especial de Benedicto XVI a Papúa Nueva Guinea, en el centenario del nacimiento  del catequista proclamado beato por Juan Pablo II en Port Moresby el 17 de enero de 1995. Primer hijo de esta tierra en ser elevado a los honores de los altares. El rito presidido por el cardenal Zen tuvo lugar en Rabaúl en presencia de numerosísimos fieles llegados de toda la región. El purpurado salesiano explicó en su homilía cómo el matrimonio y la familia ocupan «un lugar importante en todas las culturas». Y «en el Evangelio, Jesús nos invita a volver a los inicios de la creación, al designio originario de Dios: lo que significa que la familia se debe fundar en el matrimonio entre un hombre y una mujer y en un amor exclusivo e indisoluble, en la donación recíproca y total de sí mismo».
El cardenal Zen Ze-kiun puso de relieve la firmeza del beato «al defender la naturaleza sagrada del matrimonio». Su defensa «fue la gota que llenó el vaso y condujo a la decisión de matarlo a sangre fría». Esto sucedió en Papúa  Nueva Guinea, a mediados del siglo XX . A este propósito, recordó cómo «el primer objetivo de los ataques de los enemigos del Evangelio son los misioneros». En la época que el beato Pedro desempeñaba su labor de catequista estalló la guerra, y los invasores, al llegar a estas tierras, arrestaron a los misioneros y los encerraron en campos de concentración; muchos de ellos fueron incluso asesinados». A Pedro To Rot se le confió la atención de la grey que se había quedado sin su pastor. «Él —dijo el cardenal— aceptó su misión con valentía, plenamente consciente  de los peligros, ya que desobedecía a las órdenes de las fuerzas que ocupaban el territorio.

Guió encuentros de oración; enseñó el catecismo a las personas; administró el Bautismo; se ocupó de la Eucaristía, llevándola a las personas enfermas y moribundas; consoló y ayudó a los pobres. Lamentablemente, su actividad no escapó al control de las autoridades. Pronto llegó la persecución, porque «lo que más alimentó el odio de los enemigos del Evangelio fue su oposición, sin componendas, al plan perverso de permitir a los hombres, sobre todo a los que ya estaban casados, tomar una segunda esposa, incluso la esposa de otros».

Fuente: Osservatorio Romano, Publicación en español, 12 agosto 2012, p.5.


lunes, 6 de agosto de 2012

Hacia el Año de la fe convocado por el Pontífice



La grandeza de creer
RINO FISICHELLA



Benedicto XVI ha hablado en repetidas ocasiones sobre el tema de la fe. En su discurso a la Curia romana con ocasión de la felicitación por la Navidad dijo: «El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces» (Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de diciembre de 2011, p. 3).
Asimismo, durante su viaje a Alemania afirmó: «¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. (...) No serán las tácticas las que nos salven..., sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo» (Discurso en el encuentro con los evangélicos, en Erfurt, 23 de septiembre de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de octubre de 2011, p. 6).

Como se puede notar, dos ideas vuelven con frecuencia: la fe se debe repensar y vivir. El Año de la fe podría ser una ocasión propicia para ello. Un verdadero kairós que se debe aprovechar para permitir que la gracia ilumine la mente y que el corazón deje espacio a fin de que emerja la grandeza de creer.
Una mente iluminada debería ser capaz, ante todo, de evidenciar las razones por las que se cree. En estos últimos decenios, el tema no se ha propuesto en teología ni, en consecuencia, en la catequesis. Eso es lamentable. Sin una sólida reflexión teológica capaz de presentar las razones de creer, la opción del creyente no es tal. Se queda en una cansina repetición de fórmulas o de celebraciones, pero no conlleva la fuerza de la convicción. No es sólo cuestión de conocimiento de contenidos, sino de libertad.
Se puede hablar de fe como si se tratara de fórmulas químicas sabidas de memoria. Sin embargo, si falta la fuerza de la opción sostenida por una confrontación con la verdad sobre la propia vida, todo se resquebraja. La fuerza de la fe es alegría de un encuentro con la persona viva de Jesucristo, que cambia y transforma la vida. Saber dar razón de esto permite a los creyentes ser nuevos evangelizadores en un mundo que cambia. 

El segundo término empleado por Benedicto XVI es una fe vivida.
Esta fe es tanto más necesaria cuanto más se capta el valor del testimonio. Por lo demás, precisamente en referencia a la evangelización, Pablo VI afirmaba sin titubeos que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos» (Evangelii nuntiandi, 41). A pesar de que han pasado  decenios, esta verdad sigue manteniendo plena actualidad. El mundo contemporáneo tiene hambre de testigos. Siente una necesidad vital de testigos, porque busca coherencia y lealtad.
Estamos ante el tema del cor ad cor loquitur, que tuvo en Newman un verdadero maestro. Una fe que conlleva las razones del corazón es más convincente, porque tiene la fuerza de la credibilidad. Así pues, el desafío es poder conjugar la fe vivida con su inteligencia y viceversa.   

Fuente: Osservatorio Romano, Ed. Semanal en Lengua Española, 05 agosto 2012, pp.1-2.                                                                                                


jueves, 2 de agosto de 2012

El deseo de Benedicto XVI en vísperas de los Juegos Olímpicos


Fraternidad entre los pueblos




El maligno busca siempre arruinar la obra de Dios sembrando división en el corazón humano y en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales. Los XXX Juegos Olímpicos ofrecen la ocasión de vivir «una experiencia de   fraternidad entre los pueblos». Un deseo que expresó Benedicto XVI ante los peregrinos que acudieron a Castelgandolfo a rezar el Ángelus el domingo 22 de julio. De hecho, el Papa evocó el espíritu de la «tregua olímpica» refiriéndose a la antigua Grecia y el cese de combate que se pedía a los beligerantes para garantizar a los atletas que llegaban a Olimpia el paso seguro por territorio enemigo.

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra de Dios de este domingo nos vuelve a proponer un tema fundamental y  siempre fascinante de la Biblia: nos recuerda que Dios es el Pastor de la humanidad.
Esto significa que Dios quiere para nosotros la vida, quiere guiarnos a buenos pastos, donde podamos alimentarnos y reposar; no quiere que nos perdamos y que muramos, sino que lleguemos a la meta de nuestro camino, que es precisamente la plenitud de la vida. Es lo que desea cada padre y cada madre para sus propios hijos: el bien, la  felicidad, la realización. En el Evangelio de hoy Jesús se presenta como Pastor de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Su mirada sobre la gente es una mirada por así decirlo «pastoral». Por ejemplo, en el Evangelio de este domingo se dice que, «habiendo bajado de la barca, vio una gran multitud; tuvo compasión de ellos, por que eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 34). Jesús encarna a Dios Pastor con su modo de predicar y con sus obras, atendiendo a los enfermos y a los pecadores, a quienes están «perdidos» (cf. Lc 19, 10), para conducirlos a lugar seguro, a la misericordia del Padre.



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