viernes, 21 de diciembre de 2012

El icono de la Navidad


Otro modo de orar que viene de oriente
Por P. Fadi Rahi C.Ss.R.

ROMA, jueves 20 diciembre 2012 (ZENIT.org).- En la vida cristiana existen varios modos de rezar: el breviario, los salmos, los sacramentos, el rosario, las devociones populares... y también, está la oración con los iconos.

El icono es una imagen --por lo general bidimensional- de Cristo, los santos, los ángeles, las parábolas bíblicas o los eventos importantes en la historia de la Iglesia. A través del icono contemplamos el amor de Dios por el hombre y proclamamos su gloria y sus misterios.

En la Iglesia no existe una teología sobre los iconos. En la Iglesia oriental la principal forma de veneración de los iconos se encuentran en el iconostasio (pared con los iconos) que se encuentra en las iglesias de estilo bizantino. Por lo tanto, en todas las épocas del año litúrgico, los iconos decoran las iglesias y le ayudan a la gente a entrar en el misterio salvífico de Dios.

Junto al icono que representa la Encarnación, Dios que se hizo hombre, podemos orar y reflexionar. Inmediatamente nos llama la atención la figura de María que está en el centro y nos indica al niño Jesús. Y notamos la presencia de la figura de san José, de los Reyes Magos y de los animales que están detrás del Niño Jesús.

Los iconógrafos presentan a María en el centro del icono para subrayar la importancia de su rol en el misterio de la Encarnación y en el proyecto salvífico de Dios hacia toda la humanidad.

Pero también para enfatizar la grandeza de María al obedecer a Dios cuando en la anunciación dijo sí, al ángel Gabriel.

A Dios encarnado en las vísperas de la vigila de Navidad le rezamos: “¿Qué te ofrecemos, Señor Jesús porque hayas venido al mundo por nosotros? Cada criatura del universo que has creado te presenta su gratitud: los ángeles la alabanza, los cielos los planetas, los Reyes Magos los regalos, los pastores la exclamación, la tierra y la naturaleza salvaje el pesebre. En cambio, nosotros te presentamos una madre virgen por eso, oh Dios, ten misericordia de nosotros”.

En cada icono sobre la Natividad y en todos los iconos de María encontramos siempre tres estrellas: una en la frente y dos sobre sus hombros para indicar el estado de virginidad antes, durante y después del nacimiento de Jesucristo.

Vemos que los sentimientos y la mirada de María son un poco tristes y humildes al mismo tiempo, para indicar que ella tenía conocimiento de la pasión de la cruz.

En cambio, el niño que es pequeño tiene una cara adulta, para significar que Él estaba allí desde antes de su nacimiento con su naturaleza divina. Vemos que la cuna tiene la forma de la tumba, y el Niño está envuelto en un sudario en lugar de estarlo en una faja, como un símbolo de su conciencia de que había nacido con un propósito: morir y resucitar para dar la Redención al mundo entero.

En el icono hay dos animales (el buey y el asno) que nos recuerdan la profecía de Isaías: "El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no lo conoce, mi pueblo no tiene discernimiento"(Isaías 1, 3).

San Gregorio Nacianceno relaciona el buey con los judíos que están unidos con la ley, y el asno con las naciones que viven bajo el peso de la idolatría.

Tampoco podemos dejar de ver la figura de José, que en algunos iconos antiguos es representado con un ojo mirando a María, mientas otros iconos le han presentado junto a un viejo jorobado, que es el diablo tratando de tentarlo con malos pensamientos sobre el embarazo de María.

Grupos más o menos numerosos de ángeles cantan mirando hacia el cielo y la tierra: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres que Él ama!” (Lc 1, 14).

Ellos representan la naturaleza angélica que acude para asistir al evento extraordinario. Ellos le avisan a los pastores que ha nacido el Salvador del mundo y a los Reyes Magos les aconsejan que no vuelvan a lo de Herodes.

Separado del grupo (en la parte superior derecha), un ángel intenta hablar con un pastor. El ángel es tranquilizador: "No temáis: he aquí, que os traigo una hermosa noticia llenará de gozo a todo el pueblo: hoy ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo Señor. Esto les servirá como indicación: encontrarán a un niño envuelto en pañales... "(Lc 2, 8-13).

Encontramos incluso a los Reyes Magos con sus vestiduras sacerdotales que le llevan regalos al niño Jesús: Melchor, oro, como símbolo de la realeza de Jesús; Baltasar el incienso que representa la divinidad; y Gaspar la mirra, que anunciaba el sufrimiento redentor del Hijo de Dios.

El icono no tiene solamente la finalidad de presentarnos los detalles de un evento histórico, sino de hablarnos del misterio de la salvación divina. Por lo tanto el icono une dos temas: uno histórico real y otro, la teología de la Iglesia.

El icono está siempre lleno de símbolos y explicaciones sobre un evento, pero al mismo tiempo es un instrumento que durante la oración nos ayuda a conocer y orar junto a la vida de Jesús, María y los santos... aprendiendo de ellos el camino de la santificación y el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Traducido del italiano por H. Sergio Mora 

lunes, 17 de diciembre de 2012


No es el fin del mundo (al menos aún)
(artículo publicado en Observatorio Romano, Edic. español, 16.12.2012)

El «21 de diciembre» y pseudoprofecías, ciencia y fe
JOSÉ G. FUNES*
Desde siempre los hombres se han interrogado sobre el origen y el destino de la propia  existencia. «¿De dónde venimos y adónde vamos?», es la cuestión que ha recorrido los milenios. A este interrogante a menudo podemos dar respuestas irracionales.
En los medios de comunicación  y en la red se habla estos días del fin del mundo, que los mayas habrían predicho para el 21 de diciembre de 2012. Si hacemos una búsqueda en Google, a esta voz le corresponden 40 millones de resultados. Según tal «profecía», se tendría que verificar una alineación de los planetas y del sol con el centro de la Vía Láctea y una inversión de los polos magnéticos del campo terrestre. No vale la pena discutir el fundamento científico de estas afirmaciones (obviamente falsas).

En 2003, mientras celebraba en  la Universidad de Tegucigalpa, en Honduras, un curso de astronomía extragaláctica —no se trata del estudio de los jugadores del Real Madrid, sino de las galaxias—, tuve la oportunidad de visitar las ruinas del centro maya de Copán y de apreciar de cerca la gran capacidad de observación del cielo que poseían aquellos pueblos. En todo caso no se preguntaban si la tierra o el sol estaban en el centro del cosmos. Estaban más interesados en encontrar un «plan» repetitivo de observaciones pasadas para reproducir en el futuro. En la cultura maya el tiempo tenía una dimensión cíclica y repetitiva. La astronomía se desarrollaba en función de la política y de la religión, con la obsesión por los ciclos temporales.

Por fascinante que sea el estudio de la astronomía maya, desearía reflexionar aquí sobre el destino del cosmos. Sabemos que el universo comenzó hace 14 mil millones de años aproximadamente. Y sabemos también que está compuesto en un 4% de materia «ordinaria», un 23% de materia oscura y el 73% de energía oscura. Según los datos observados más fiables, éste se expande continuamente y tal expansión es acelerada por la energía oscura. Esta explicación científica postula un período en que el universo, en sus instantes iniciales, atravesó una fase de expansión exponencial, o sea, extremadamente rápida. Es la teoría que se ha llamado «inflación ». Si este modelo es correcto, el universo en un futuro muy distante —hablamos de mil y miles de millones de años— acabará por «desgarrarse».

Hasta aquí es lo que la cosmología puede decir, con un cierto fundamento científico, sobre el futuro del universo. Está bien recalcar que nuestra comprensión, aunque bastante avanzada, no es completa. Hasta hoy no conocemos la naturaleza física de la materia oscura ni de la energía oscura. Sin embargo somos capaces de medir los efectos
que producen. Según las especulaciones de algún cosmólogo, el universo incluso podría no tener una conclusión única, sino más bien multi-ends: algunas de sus partes podrían terminar en tiempos distintos.

En la visión cristiana, el universo y la historia tienen un sentido. En lo profundo del ser humano existe la convicción fundamental de que la muerte no puede tener la última palabra. La cosmología nos muestra que el universo se encamina hacia un estado final de frío y de oscuridad; el mensaje cristiano nos enseña, en cambio, que en la resurrección final, la del último día, Dios reconstruirá a cada hombre, a cada mujer y todo el universo.
Esta realidad futura se expresa en las palabras del Apocalipsis de san Juan apóstol: «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva... He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el Dios-con-ellos será su Dios» (21, 1.3).

El Apocalipsis es un texto profético, no una información científica sobre el futuro del cosmos y del hombre. Es una profecía porque nos muestra el íntimo fundamento y la orientación de la historia. En el contexto histórico en que fue escrito, el autor sacro busca alentar a la comunidad de los cristianos que sufre las persecuciones. La historia humana (y cósmica) tiene un sentido que le ha sido dado por el Dios-con-nosotros. Aunque no seamos perseguidos, necesitamos siempre aliento. La Palabra de Dios nos recuerda que vamos hacia un futuro fundamentalmente bueno, a pesar de las crisis de todo tipo en las que vivimos inmersos. Porque nos asegura que en Cristo existe un futuro para la humanidad y para el universo.
* Director del Observatorio
astronómico vaticano