Por monseñor Juan del Río Martín*
MADRID, martes 26 de julio de 2011 (ZENIT.org).- La sociedad narcisista en la que
vivimos valora la eficacia y da culto a lo joven, bello y hermoso. La vejez es
un contravalor y no se estima la “sabiduría del corazón” que representan los
años. Debido a esta cultura y a otros factores sociales, en ocasiones,
los ancianos son para algunos hijos una carga que se pasan de unos a otros y
muchos terminan desamparados. Sin embargo, en esta misma sociedad, los abuelos
son más protagonistas de lo que parece, pues no pocos de ellos son
actualmente una ayuda imprescindible para aquellas parejas de matrimonios
jóvenes que, abocadas al trabajo fuera del hogar tanto el marido como la mujer,
ven en sus padres el mejor seguro de la educación de sus hijos.
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