No es el fin del
mundo (al menos aún)
(artículo publicado en Observatorio Romano, Edic. español, 16.12.2012)
El
«21 de diciembre» y pseudoprofecías, ciencia y fe
JOSÉ G. FUNES*
Desde
siempre los hombres se han interrogado sobre el origen y el destino de la propia
existencia. «¿De dónde venimos y adónde
vamos?», es la cuestión que ha recorrido los milenios. A este interrogante a
menudo podemos dar respuestas irracionales.
En
los medios de comunicación y en la red
se habla estos días del fin del mundo, que los mayas habrían predicho para el
21 de diciembre de 2012. Si hacemos una búsqueda en Google, a esta voz le corresponden
40 millones de resultados. Según tal «profecía», se tendría
que verificar una alineación de los planetas y del sol con el centro de la Vía
Láctea y una inversión de los polos magnéticos del campo terrestre. No vale la
pena discutir el fundamento científico de estas afirmaciones (obviamente
falsas).
En
2003, mientras celebraba en la
Universidad de Tegucigalpa, en Honduras, un curso de astronomía extragaláctica —no
se trata del estudio de los jugadores del Real Madrid, sino de las galaxias—,
tuve la oportunidad de visitar las ruinas del centro maya de Copán y de apreciar
de cerca la gran capacidad de observación del cielo que poseían aquellos
pueblos. En todo caso no se preguntaban si la tierra o el sol estaban en el
centro del cosmos. Estaban más interesados en encontrar un «plan» repetitivo de
observaciones pasadas para reproducir en el futuro. En la cultura maya el
tiempo tenía una dimensión cíclica y repetitiva. La astronomía se desarrollaba
en función de la política y de la religión, con la obsesión por los ciclos
temporales.
Por
fascinante que sea el estudio de la astronomía maya, desearía reflexionar aquí
sobre el destino del cosmos. Sabemos que el universo comenzó hace 14 mil
millones de años aproximadamente. Y sabemos también que está compuesto en un 4%
de materia «ordinaria», un 23% de materia oscura y el 73% de energía oscura.
Según los datos observados más fiables, éste se expande continuamente y tal
expansión es acelerada por la energía oscura. Esta explicación científica
postula un período en que el universo, en sus instantes iniciales, atravesó una
fase de expansión exponencial, o sea, extremadamente rápida. Es la teoría que
se ha llamado «inflación ». Si este modelo es correcto, el universo en un
futuro muy distante —hablamos de mil y miles de millones de años— acabará por
«desgarrarse».
Hasta
aquí es lo que la cosmología puede decir, con un cierto fundamento científico, sobre
el futuro del universo. Está bien recalcar que nuestra comprensión, aunque
bastante avanzada, no es completa. Hasta hoy no conocemos la naturaleza física
de la materia oscura ni de la energía oscura. Sin embargo somos capaces de
medir los efectos
que
producen. Según las especulaciones de algún cosmólogo, el universo incluso
podría no tener una conclusión única, sino más bien multi-ends:
algunas de sus partes podrían terminar en tiempos distintos.
En
la visión cristiana, el universo y la historia tienen un sentido. En lo profundo
del ser humano existe la convicción fundamental de que la muerte no puede tener
la última palabra. La cosmología nos muestra que el universo se encamina hacia un
estado final de frío y de oscuridad; el mensaje cristiano nos enseña, en
cambio, que en la resurrección final, la del último día, Dios reconstruirá a
cada hombre, a cada mujer y todo el universo.
Esta
realidad futura se expresa en las palabras del Apocalipsis
de san Juan apóstol: «Y vi un cielo nuevo y una tierra
nueva... He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y
ellos serán su pueblo, y el Dios-con-ellos será su Dios» (21, 1.3).
El
Apocalipsis es un texto profético, no
una información científica sobre el futuro del cosmos y del hombre. Es una
profecía porque nos muestra el íntimo fundamento y la orientación de la
historia. En el contexto histórico en que fue escrito, el autor sacro busca
alentar a la comunidad de los cristianos que sufre las persecuciones. La
historia humana (y cósmica) tiene un sentido que le ha sido dado por el
Dios-con-nosotros. Aunque no seamos perseguidos, necesitamos siempre aliento.
La Palabra de Dios nos recuerda que vamos hacia un futuro fundamentalmente
bueno, a pesar de las crisis de todo tipo en las que vivimos inmersos. Porque
nos asegura que en Cristo existe un futuro para la humanidad y para el
universo.
* Director del Observatorio
astronómico
vaticano
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