Estamos en tiempo de elecciones. Estamos en tiempo en que se concluye el
año de la fe, estamos en pleno tiempo del mes de María. Además, ya se siente
con más fuerza el fin del año por el cansancio que trae las múltiples
actividades que todos y cada uno de nosotros tenemos.
Las elecciones, sin duda, que marcarán la agenda pública estos meses. Si
hay segunda vuelta tendremos actividad electoral hasta marzo. La pregunta por
quién votar está presente en muchos. Otros se muestran indiferentes de la
política y el tema les resulta secundario. Hay un cierto pesimismo en muchos,
en el sentido de que nada va a cambiar, independiente de quien salga elegido en
los distintos estamentos del orden político.
El católico no puede ser indiferente frente al derecho y al deber que
tiene de elegir a sus autoridades. La razón es que al católico, al que cree en
la responsabilidad que se nos ha dado a cada uno de nosotros para regir los
destinos de la patria, uno de los modos de hacerlo es a través del voto. La
Iglesia no se inclina por candidato alguno. No es su tarea promover un
candidato. Lo que si hace es formar la consciencia de los católicos y los
hombres de buena voluntad, para que elijan al candidato que promueve por medio
de las leyes civiles el bien común, y logra una mayor cercanía con los valores
que han de estar en la base de una sociedad auténticamente democrática.
Es por ello, que será importante informarse de qué manera y cómo los
candidatos van a promover la familia, fundamentada en el matrimonio; van a
promover el respeto irrestricto a la vida desde el momento de la fecundación
hasta la muerte natural, así como la justicia social en todos los ámbitos en
los cuales claramente se percibe una gran injusticia respecto de muchos
hermanos. El arte de la política consiste en promover y buscar el bien posible.
Y desde esa perspectiva se ha de apoyar a los candidatos que pretenden un
espacio de autoridad en la esfera pública.
Desde ese punto de vista, la fe en Jesucristo y el mes de María nos
puede ayudar a hacer este discernimiento que es absolutamente personal y que
brota de lo más profundo que tiene el ser humano, su consciencia. Es por ello,
que esta decisión ha de realizarse después de una profunda oración que nos
ayudará a actuar no según nuestros propios intereses, sino que según los
intereses de todos, especialmente los más pobres.
Si la Iglesia se compromete con la oración, con la promoción del
servicio público y con el ejemplo de una vida centrada en los más necesitados,
junto con valorar siempre la actividad política, sin duda, que prestará un gran
servicio en estas elecciones.
Escrito por Mons. Fernando Chomali
Editorial www.iglesiadeconcepcion.cl
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