La grandeza de creer
RINO FISICHELLA
Benedicto XVI ha
hablado en repetidas ocasiones sobre el tema de la fe. En su discurso a la
Curia romana con ocasión de la felicitación por la Navidad dijo: «El núcleo de
la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una
respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción
profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás
reformas serán ineficaces» (Discurso a la
Curia romana, 22 de diciembre de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de diciembre de 2011,
p. 3).
Asimismo, durante su viaje a Alemania afirmó: «¿Acaso es
necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos
adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y,
sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que
pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino
vivirla íntegramente en nuestro hoy. (...) No serán las tácticas las que nos
salven..., sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo» (Discurso en el encuentro con los evangélicos, en Erfurt, 23 de septiembre de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de octubre de 2011, p.
6).
Como se puede notar, dos ideas vuelven con frecuencia:
la fe se debe repensar y vivir. El Año de la fe podría ser una ocasión propicia
para ello. Un verdadero kairós que se debe aprovechar para permitir que la gracia
ilumine la mente y que el corazón deje espacio a fin de que emerja la grandeza
de creer.
Una mente iluminada debería ser capaz, ante todo, de
evidenciar las razones por las que se cree. En estos últimos decenios, el tema
no se ha propuesto en teología ni, en consecuencia, en la catequesis. Eso es lamentable.
Sin una sólida reflexión teológica capaz de presentar las razones de creer, la
opción del creyente no es tal. Se queda en una cansina repetición de fórmulas o
de celebraciones, pero no conlleva la fuerza de la convicción. No es sólo
cuestión de conocimiento de contenidos, sino de libertad.
Se puede hablar de fe como si se tratara de fórmulas químicas
sabidas de memoria. Sin embargo, si falta la fuerza de la opción sostenida por
una confrontación con la verdad sobre la propia vida, todo se resquebraja. La
fuerza de la fe es alegría de un encuentro con la persona viva de Jesucristo,
que cambia y transforma la vida. Saber dar razón de esto permite a los
creyentes ser nuevos evangelizadores en un mundo que cambia.
El segundo término empleado por Benedicto XVI es una
fe vivida.
Esta fe es tanto más necesaria cuanto más se capta el
valor del testimonio. Por lo demás, precisamente en referencia a la
evangelización, Pablo VI afirmaba sin titubeos que «el hombre contemporáneo escucha
más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es
porque son testigos» (Evangelii nuntiandi, 41). A pesar de que han pasado decenios, esta verdad sigue manteniendo plena actualidad.
El mundo contemporáneo tiene hambre de testigos. Siente una necesidad vital de
testigos, porque busca coherencia y lealtad.
Estamos ante el tema del cor ad cor loquitur, que tuvo en Newman un verdadero maestro. Una fe que
conlleva las razones del corazón es más convincente, porque tiene la fuerza de
la credibilidad. Así pues, el desafío es poder conjugar la fe vivida con su
inteligencia y viceversa.
Fuente:
Osservatorio Romano, Ed. Semanal en Lengua Española, 05 agosto 2012, pp.1-2.
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