Homilía
del cardenal Zen Ze-kiun
Pedro
To Rot (1912-1945) defendió el valor de la familia y del matrimonio cristiano
hasta el martirio.
Ejemplaridad
que volvió a proponer el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, obispo emérito de Hong
Kong, durante la misa celebrada, en calidad de enviado especial de Benedicto XVI
a Papúa Nueva Guinea, en el centenario del nacimiento del catequista proclamado beato por Juan
Pablo II en Port Moresby el 17 de enero de 1995. Primer hijo de esta tierra en
ser elevado a los honores de los altares. El rito presidido por el cardenal Zen
tuvo lugar en Rabaúl en presencia de numerosísimos fieles llegados de toda la
región. El purpurado salesiano explicó en su homilía cómo el matrimonio y la
familia ocupan «un lugar importante en todas las culturas». Y «en el Evangelio,
Jesús nos invita a volver a los inicios de la creación, al designio originario
de Dios: lo que significa que la familia se debe fundar en el matrimonio entre
un hombre y una mujer y en un amor exclusivo e indisoluble, en la donación
recíproca y total de sí mismo».
El
cardenal Zen Ze-kiun puso de relieve la firmeza del beato «al defender la
naturaleza sagrada del matrimonio». Su defensa «fue la gota que llenó el vaso y
condujo a la decisión de matarlo a sangre fría». Esto sucedió en Papúa Nueva Guinea, a mediados del siglo XX . A
este propósito, recordó cómo «el primer objetivo de los ataques de los enemigos
del Evangelio son los misioneros». En la época que el beato Pedro desempeñaba
su labor de catequista estalló la guerra, y los invasores, al llegar a estas
tierras, arrestaron a los misioneros y los encerraron en campos de
concentración; muchos de ellos fueron incluso asesinados». A Pedro To Rot se le
confió la atención de la grey que se había quedado sin su pastor. «Él —dijo el
cardenal— aceptó su misión con valentía, plenamente consciente de los peligros, ya que desobedecía a las
órdenes de las fuerzas que ocupaban el territorio.
Guió
encuentros de oración; enseñó el catecismo a las personas; administró el
Bautismo; se ocupó de la Eucaristía, llevándola a las personas enfermas y
moribundas; consoló y ayudó a los pobres. Lamentablemente, su actividad no escapó
al control de las autoridades. Pronto llegó la persecución, porque «lo que más
alimentó el odio de los enemigos del Evangelio fue su oposición, sin
componendas, al plan perverso de permitir a los hombres, sobre todo a los que ya
estaban casados, tomar una segunda esposa, incluso la esposa de otros».
Fuente: Osservatorio Romano, Publicación en
español, 12 agosto 2012, p.5.
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