Sus firmes posturas en defensa de la persona y contra la deshumanización de la vida urbana
Por Jorge Scala
BUENOS AIRES, 15 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Es un lugar común de estos días
comentar que el papa Francisco es el primer Sumo Pontífice nacido en América;
también que es el primer argentino y el primer jesuita elegido Obispo de Roma.
Todo esto es verdad hasta su elección. Por la gracia del ministerio petrino,
Jorge Mario Bergoglio es el padre común de todos los católicos –y en cierto
modo de todos los demás seres humanos--. En tal sentido se podría decir que ya
no es más jesuita, ni argentino, ni americano; pues, como Vicario de Cristo,
trasciende todas las particularidades.
Sin embargo, puede resultar de interés para los lectores de ZENIT,
conocer ciertas definiciones de su magisterio mientras fue arzobispo de Buenos
Aires. Quisiera detenerme especialmente en algunas cuestiones relacionadas con
la familia, la vida y la dignidad humanas. Hay una coincidencia que me resulta
particularmente significativa: el 13 de marzo de 2012 la corte suprema de
justicia de la República Argentina dictó un fallo inicuo pretendiendo legalizar
el aborto a petición en dicha Nación. Exactamente un año después, el 13 de
marzo de 2013, el Colegio Cardenalicio eleva a la Sede de Pedro al cardenal
primado de la Argentina. Es como una caricia del Espíritu Santo.
El año pasado, con ocasión de la firma de un protocolo para
realizar abortos en los hospitales públicos de la ciudad de Buenos Aires, el
cardenal Bergoglio afirmó con claridad, que “la familia es condición necesaria
para que una persona tome conciencia y valore su dignidad: en nuestra familia
se nos trajo a la vida, se nos aceptó como valiosos por nosotros mismos... Sin
la familia que reconoce la dignidad de la persona por sí misma, la sociedad no
logra percibir este valor en las situaciones límites. Sólo una mamá y un papá
pueden decir con alegría, con orgullo y responsabilidad: vamos a ser padres,
hemos concebido a nuestro hijo. La ciencia mira esto como desde afuera y hace
disquisiciones acerca de la persona que no parten del centro: de su dignidad”;
para concluir que “el aborto nunca es una solución. Debemos escuchar, acompañar
y comprender desde nuestro lugar a fin de salvar las dos vidas: respetar al ser
humano más pequeño e indefenso, adoptar medidas que pueden preservar su vida,
permitir su nacimiento y luego ser creativos en la búsqueda de caminos que lo
lleven a su pleno desarrollo”.
Es muy conocida su solicitud pastoral para con los más pobres e
indefensos, aquellos a quienes se les ha quitado su dignidad humana. Su
proverbial austeridad –severa solo consigo mismo-, ha sido el modo de
predicarlo con el ejemplo. La elección del nombre de Francisco es coherente con
su vida.
En un discurso suyo muy difundido, referido a las esclavitudes contemporáneas
en la ciudad de Buenos Aires, denunció la situación de los niños de la calle,
la trata de personas, el abuso sobre el cuerpo humano, la explotación laboral
en las maquilas –talleres clandestinos de manufacturas--, para concluir –sin
ambigüedades--, que en las megaciudades secularizadas –y narcotizadas- por el
postmodernismo, “se cuida mejor a un perro que a un ser humano”…
Y refiriéndose a quienes se dedican a la trata de mujeres y niñas,
los llamó “esclavistas”, a quienes definió como los “que entran en la ciudad
abierta a ver qué pueden saquear, qué vida pueden anular, qué niños pueden
vender, qué familia pueden destruir, qué mujer pueden explotar”…
El cardenal Bergoglio siempre pedía a sus interlocutores –sea en
público o en privado--, que rezaran por él. El papa Francisco merece nuestro
cariño filial y nuestras oraciones, ahora más que nunca.
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