lunes, 17 de diciembre de 2012


No es el fin del mundo (al menos aún)
(artículo publicado en Observatorio Romano, Edic. español, 16.12.2012)

El «21 de diciembre» y pseudoprofecías, ciencia y fe
JOSÉ G. FUNES*
Desde siempre los hombres se han interrogado sobre el origen y el destino de la propia  existencia. «¿De dónde venimos y adónde vamos?», es la cuestión que ha recorrido los milenios. A este interrogante a menudo podemos dar respuestas irracionales.
En los medios de comunicación  y en la red se habla estos días del fin del mundo, que los mayas habrían predicho para el 21 de diciembre de 2012. Si hacemos una búsqueda en Google, a esta voz le corresponden 40 millones de resultados. Según tal «profecía», se tendría que verificar una alineación de los planetas y del sol con el centro de la Vía Láctea y una inversión de los polos magnéticos del campo terrestre. No vale la pena discutir el fundamento científico de estas afirmaciones (obviamente falsas).

En 2003, mientras celebraba en  la Universidad de Tegucigalpa, en Honduras, un curso de astronomía extragaláctica —no se trata del estudio de los jugadores del Real Madrid, sino de las galaxias—, tuve la oportunidad de visitar las ruinas del centro maya de Copán y de apreciar de cerca la gran capacidad de observación del cielo que poseían aquellos pueblos. En todo caso no se preguntaban si la tierra o el sol estaban en el centro del cosmos. Estaban más interesados en encontrar un «plan» repetitivo de observaciones pasadas para reproducir en el futuro. En la cultura maya el tiempo tenía una dimensión cíclica y repetitiva. La astronomía se desarrollaba en función de la política y de la religión, con la obsesión por los ciclos temporales.

Por fascinante que sea el estudio de la astronomía maya, desearía reflexionar aquí sobre el destino del cosmos. Sabemos que el universo comenzó hace 14 mil millones de años aproximadamente. Y sabemos también que está compuesto en un 4% de materia «ordinaria», un 23% de materia oscura y el 73% de energía oscura. Según los datos observados más fiables, éste se expande continuamente y tal expansión es acelerada por la energía oscura. Esta explicación científica postula un período en que el universo, en sus instantes iniciales, atravesó una fase de expansión exponencial, o sea, extremadamente rápida. Es la teoría que se ha llamado «inflación ». Si este modelo es correcto, el universo en un futuro muy distante —hablamos de mil y miles de millones de años— acabará por «desgarrarse».

Hasta aquí es lo que la cosmología puede decir, con un cierto fundamento científico, sobre el futuro del universo. Está bien recalcar que nuestra comprensión, aunque bastante avanzada, no es completa. Hasta hoy no conocemos la naturaleza física de la materia oscura ni de la energía oscura. Sin embargo somos capaces de medir los efectos
que producen. Según las especulaciones de algún cosmólogo, el universo incluso podría no tener una conclusión única, sino más bien multi-ends: algunas de sus partes podrían terminar en tiempos distintos.

En la visión cristiana, el universo y la historia tienen un sentido. En lo profundo del ser humano existe la convicción fundamental de que la muerte no puede tener la última palabra. La cosmología nos muestra que el universo se encamina hacia un estado final de frío y de oscuridad; el mensaje cristiano nos enseña, en cambio, que en la resurrección final, la del último día, Dios reconstruirá a cada hombre, a cada mujer y todo el universo.
Esta realidad futura se expresa en las palabras del Apocalipsis de san Juan apóstol: «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva... He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el Dios-con-ellos será su Dios» (21, 1.3).

El Apocalipsis es un texto profético, no una información científica sobre el futuro del cosmos y del hombre. Es una profecía porque nos muestra el íntimo fundamento y la orientación de la historia. En el contexto histórico en que fue escrito, el autor sacro busca alentar a la comunidad de los cristianos que sufre las persecuciones. La historia humana (y cósmica) tiene un sentido que le ha sido dado por el Dios-con-nosotros. Aunque no seamos perseguidos, necesitamos siempre aliento. La Palabra de Dios nos recuerda que vamos hacia un futuro fundamentalmente bueno, a pesar de las crisis de todo tipo en las que vivimos inmersos. Porque nos asegura que en Cristo existe un futuro para la humanidad y para el universo.
* Director del Observatorio
astronómico vaticano

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