Los horóscopos y demás
agüeros
Reflexión desde una advertencia de Francisco papa
Por Jose Antonio Varela Vidal
ROMA, 08 de abril de 2013 (Zenit.org) - Días atrás, el papa Francisco
recordó que la salvación no está en los brujos, ni en los magos, y menos aún en
videntes. Ha dicho aquello porque es consciente de que esta realidad late muy
fuerte en la vivencia mágico-religiosa de muchos creyentes, complicando las
cosas al momento de crecer en la fe. Quizás se refería también a los que leen y
dependen de los horóscopos…
¿Qué sería de algunos si no existieran los horóscopos? Este tipo
de adivinaciones han acompañado a la humanidad casi desde su inicio; los
descifradores de las estrellas (astrólogos) siempre conseguían trabajo rodeando
a monarcas, califas y quizás a algunos papas.
No había navegante o jefe militar que se aventurara sin saber en
qué posición estaban los astros, y si su estrella favorita estaba lo
suficientemente luminosa como para confiar en su protección. Hay quienes dicen
que reyes y presidentes contemporáneos siguen teniendo de estos consultores, y
en algunos casos más requeridos que sus propios ministros y asesores…
Es evidente que los astros tienen influencia en algunos fenómenos
de la naturaleza como los océanos, que se alteran cuando la luna está llena; el
cuarto creciente es buena época para la agricultura, y la luna nueva para la
pesca. ¿Quién no ha tenido un animalito que en tiempos de luna llena se
angustia, a veces aúlla, y hay que cuidarla para que no salga a la calle y se
tope con otros perros vagabundos en busca de “celosas”?
La “mala suerte”
Realmente parace que los astros y las estrellas tienen una
incidencia en toda la creación. Sería necio negarlo a rajatabla y aunque la
astronomía (no confundirla con la astrología=desciframiento, adivinación) es
una verdadera ciencia, esta no pretende decir –ni un científico como Pitágoras
o Galileo lo procuraron--, que tales posiciones o influencias afectan nuestro
entorno (incluido el temperamento y el estado de ánimo).
Mucho menos aún, que pueda regir la “suerte” de los que nacieron
en esos días o a marcar un temperamento rígido de quienes dieron su alarido de
nacidos en el “periodo” de tal o cual signo del zodiaco. Esto es finalmente una
afirmación audaz y resulta una rentable charlatanería, especialmente si tomamos
en cuenta que muchos de nuestros amigos que son gemelos o mellizos (nacer más
próximos, imposible), son tan diferentes y disímiles en casi todos los casos:
agua y aceite los llaman algunos; luz y sombra, otros.
Esto lo hemos constatado los que conocemos tales casos
excepcionales de la naturaleza, ya que acostumbran a tener aficiones, gustos
opuestos, temperamentos antagónicos y hasta “suerte” contraria.
Vivir sin aire
Volviendo a nuestra pregunta inicial, cabe suponer que muchos no
“funcionarían” si los horóscopos desaparecieran por completo; fulana no saldría
de su casa pues no atinaría a qué hacer sin el consejo del horóscopo; zutano no
sabría qué color escoger ni qué número de la lotería comprar, ni a qué cábala
rendirse.
Por otro lado, menganito sería una total inutilidad porque en el
periódico, en la revista o en la radio no tendría trabajo, ya que no habrían
consejillos ni advertencias que escribir e inventar; y ni qué decir de
perengana, que andaría mordiéndose las uñas porque las ventas de su puesto
esotérico bajaron y ya nadie compra ni perfumes ni dijes de la suerte…
Es decir, pobre del consumidor dependiente de estas “seguridades”,
y también para el chino, el maya o el inca inventores de ciertos horóscopos
para la venta masiva.
Es el mismo cuento para el Tarot, la lectura de la mano, del
cigarro o de las hojas de coca y del café, entre otros negocios que se han
convertido en parte de la sociedad del “cuentazo”. Es increíble cómo algunos
pueden creer que su “suerte” se asemeje a los miles que nacen el mismo día en
un país, lo que resulta risible si lo elevamos a la cifra mundial…
Aunque la Iglesia ha “tipificado” años atrás, el pecado de la
entrega confiada a la lectura de los horóscopos, estas costumbres siempre
fueron consideradas como algo desacertado y su dependencia hasta pecado mortal.
Es jugarle a Dios a dos caras: leo mi horóscopo o las cartas para asegurar mi
futuro, y tomar decisiones precavidas “por si Dios falla”.
La Biblia lo dice claramente en Deuteronomio 18, 10-12, y hay
pasajes en los que Isaías desafía a astrólogos babilonios de la época por ser
“adoradores de los cielos” (cd. Is. 47, 13-15).
Dios no es un azar
El creador no solo es lo contrario a la “suerte”, sino que es la
Roca firme, el dueño de las vidas de los hombres, el que camina a su lado y el
del salmo 139.
Entonces con tamaña seguridad y compañía, ¿para qué un horóscopo,
un amuleto o un baño con hierba de ruda? ¿Por qué rechazar a Dios con tal
desconfianza? Basta saber que “Él dispone todas las cosas para el bien de los
que le aman” (Rom. 8,28).
Conviene mirar más bien los astros –incluidas las estrellas--, y
rendirse con humildad ante el Creador, admirar su obra y agradecerle
continuamente. Dios siempre se ha mostrado celoso, no hay razón para pensar que
hoy no sienta lo mismo: celo para que no se sirva a dos señores, y para que el
hombre lo ame sobre todas las cosas.
Es un Dios que vela para que el hombre lea y entienda sus
enseñanzas, y no para que este gaste su plata y su dignidad en hacerse leer las
manos o los horóscopos.
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